domingo, 12 de enero de 2014

En cueros

Ahí estaba yo, bravo al verdugo, valiente al atardecer. Ala triste, rota, y tocada... es todo lo que podía pasar por mi pequeña cabeza, pero sabía  a lo que me enfrentaba entre la arena.
No daba cabida a porqué estaba yo ahí, debía estar fuera, libre, corriendo a mis anchas, rodeado de verde, por prados y valles, no haciendo de ornamentación para nadie.
Tenía miedo, ¿qué esperaban? Que embistiera, eso es, que arremetiera contra todo. Y a cada vuelta, con cada giro brusco caía. Ruedo, el suelo naranja y yo cara abajo, babeo.
Ya nos habían contado esto, pero no pude creerlo, pensaba que nunca me venderían de esa forma, pero era mi día, hoy me tocaba a mi batirme en duelo contra aquel héroe vitoreado donde yo era el malo, un villano que nunca ha tenido voz cuando más de uno podría explicar mi situación y la de muchos otros. Es una verdadera injusticia. Yo tenía puestos los cuernos, y ya solo con eso no podía explicar nada más. Cómo me veía, me sentía apagado, no quería caer en la provocación y no hacía nada, estaba fuera. Y no fuera de control, ni fuera de mi, estaba tranquilo pese a todo lo que estaba por venir.
La única distracción era él, brillante y con un lúcido porte, amenazante, de verdad, más que yo. Se acercaba dando una vuelta.
Si bien nunca he tenido un color predilecto, podría asegurar que el fucsia no se encontraba de entre mis favoritos, prefería el verde de mis campos que recordaba en mis últimas horas de vida, porque lo sé, lo sabía que aquello no podía acabar bien. En todo duelo siempre tiene que haber un vencedor y un vencido, y tenía todas las de perder, y, tras varias sacudidas no era yo quien tenía una espada y una capa roja, pero os aseguro que no era un superhéroe aunque así lo aclamaran cuando me hirió de muerte.
Manchado el ruedo naranja de sangre y babas, con mis cuernos y ornamenta intacta, me derrumbé derrotado en el centro de la plaza mientras un escaso público enfermizo aclamaba pidiendo la piedad de mi muerte cuando me cortaron las orejas y el rabo. Ya no era un toro bravo nunca más, y el verdugo que algún toro me había descrito, no tuvo piedad conmigo. Todavía no entiendo porqué encima le echan las flores que podía ver y respirar en el prado, libremente, donde imagino que vuelvo a estar para siempre tranquilo, pero que no os dejen engañar, esta herida que me alcanza al pecho es mortal, fatal, y más dolorosa que cualquier bandera o banderilla que me hayan clavado de más.
Estas palabras no son más que los pensamientos de todos los que han corrido, en la corrida, la misma suerte que yo final. Y solo espero que a esta inhumana agonía se le ponga punto y a parte algún día. Hoy descansaré mientras en paz.

2 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Me agradó, y mi sentimiento flotó. Muy buena narración.

    ResponderEliminar
  2. No hace falta mucho para hacer una buena narración y aflorar los sentimientos más que hacerlo. Que te guste ya es otra cosa. Me algala*

    *Digo halaga.

    Gracias.

    ResponderEliminar