domingo, 12 de abril de 2015

Pasando la trasnoche en vela encendida

No había ni tiempo para cambiar nuestras postura, ni si quiera de mano. Yo estaba a la izquierda, y ella tenía mucho mano derecha,
sabía lo que se hacía, pero el ambidiestro era yo y ella la reservada.
Más tarde, después de caricias y preliminares, jugábamos a hacernos daño.
-Imbécil.
-Zorra.
Y después a violaciones.
-¡No! -y ya se imaginan el resto.
También cambiábamos los roles, las papeles y los rollos, pero siempre éramos el uno con el otro, para el otro.
La delicadeza no cabe en un juego erótico donde las bofetadas, cachetes y ahogamientos están a la orden de la noche.
Yo ya no sabía dónde empezaba un olor corporal y terminaba el mío propio, pero el amor que nos teníamos se respiraba en el ambiente.
El aire era entre denso y húmedo del calor de nuestros aparatos, aunque el calefactor estuviere apagado. Sonreíamos y nos echábamos miradas
desafiantes
como cuando por la calle mirábamos a otros y otras. Con la bisexualidad se nace, pero una mente perversa y sincera se hace. Desde muy joven,
por suerte, o por desgracia, habíamos perdido ya toda la inocencia.
Sin embargo no éramos capaces de controlar nuestros impulsos y acciones en mitad de la noche. Los despertares matutinos con gratas sorpresas y
alegres desayunos no eran para nosotros. Y aún así nos poníamos melosos como fingiendo que no iba con nosotros.
Hay miedos y debilidades, pero los abrazos, besitos y "cariños" no deberían ser uno de ellos; terrores nocturnos, miedos reales al mañana,
y a no perder el tiempo sí.
Nos calentábamos artificialmente cuando hacía frío, pero habríamos la ventana cuando hacía calor. La puerta, entreabierta,
porque la luz de la habitación era demasiado.
No fuese a entrar un gato, entrejúntala.
Y así lo hacía, con las piernas. Y como quien manipula dos palancas, apretándolas, tocándolas de arriba a abajo y separándolas o llevándolas arriba,
me sentía vivo de gritar y sentir por experiencia sus gemidos.
-Haces mucho ruido en la cama. -tenía razón, y no precisamente durmiendo, aunque luego cante por lo bajini para mi.
En realidad es el único lugar donde puedo desentonar, ya que mi trabajo es muy estricto y repetitivo. Una pena que no pueda compartirlo con el público,
aunque ciertamente sea un espectáculo nada convencional digo de grabar una serie entera... pero necesito las dos manos.
Mi cámara puede esperar a verlo más tarde. Aunque no me preocupen las proposiciones indecentes, las posiciones nuevas ni las posturas contrarias entre ambas partes,
no es un partido político ni uno de fútbol que ver en lugar de observar a mi amada armada hasta las medias de lana.
La luna fue llena tres días atrás, pero aún queda el reguero que duró lo que tardó la luna llena en dejar de serlo.
Llevaba mis canciones en el cuello, y, sin embargo, había dejado la música detrás. A un lado, a mi derecha, mi amante discerniendo para sí cómo levantarme mejor, yo,
a la izquierda, cómo poder despertarme y seguir soñando como hasta ahora lo hacía de bien.
Lo único que comimos fue la ambrosía de nuestro ser. Y, entonces, morimos de hambre.
Nadie se puede alimentar solo de fluidos... pero sí que no pasamos en ningún momento sed.