miércoles, 27 de julio de 2011

Los Aventureros: Antes de entrar

Cuento Ganador del I Certamen Literario “Un futuro Bajo la pluma” Antes de entrar


“Cozumel, Méjico. Excavación arqueológica Maya enterrada, seguramente por algún huracán. Llegada a la isla, 5:00 AM, Jueves 7 de Julio. A primera hora de la mañana, tan de mañana que aún es de noche. Un grupo de 6 jóvenes se adentrará…
– ¡Calla! Nadie quiere oírte las chorradas.
–Estupendo, ahora saldrás en la grabación.”


El grupo de Aventureros se adentra en un gran templo Maya, medio enterrado y rodeado por la parte desenterrada de algunas antorchas apagadas, en busca de respuestas sobre una historia también escrita en verso (el texto original) sobre la puerta de piedra, que decía:
Y cada noche de cada séptimo eclipse solar, se empezarán a levantar los caídos, y sus espectros vagarán y atemorizarán a su propio pueblo, que no supo
ponerse de acuerdo. Así, pagarán por ello.




Tras subir unas cuantas escaleras de piedras, con algo de tierra, arena y algún que otro insecto, al parecer demasiadas para El Gordo, se encaminaron hacia el oscuro templo iluminado con una antorcha que El Gafas había conseguido encender con un fósforo y algo de maña.
Aparte de alguna agitada respiración mezclada con un poco de miedo, intriga, asma y el ajetreado viaje de subir las escaleras, se oyó un grito de sorpresa por parte de La Chica de haber divisado algún cráneo por el suelo, que perfectamente se podía confundir con algún tipo de piedra, oculto entre la cantidad de tierra que se colaba por el templo.
Tras avanzar unos pasos en silencio, seguramente por los nervios de ser los primeros en adentrarse en este misterio, El Gafas alumbró a una antorcha que, con una chispa, hizo que se encendiera esa y toda una hilera de antorchas, aproximadamente con una separación de unos cuatro metros, que permitieron ver bastante bien a lo largo del pasillo principal.
Alguien que iba de los primeros debió pisar algún botón o accionar una palanca que activaría una trampa en la que descubría una puerta que impediría el paso, pero como iba lo suficientemente lento como para que pudieran pasar todos por el pasillo central sin tener que desviar su rumbo, ni El Ciego se dio cuenta, hasta a El Gordo le sobró espacio por donde pasar de un salto. Nadie se quedó atrás. Nadie resolvió un rompecabezas de la habitación que se descubría a la par que se cerraba la otra, que permitía que se volviese a abrir la puerta por la que hasta El Gordo pudo pasar antes de que se cerrara.
Ya reunidos todos, acercándose hacia el final de donde las antorchas parecían haberse dividido descubriendo una habitación grande y alta. Iban caminando por un pasillo que tenía las paredes pintadas de rojo con figuras humanas delineadas en negro.

– No parece que haya habido muchos incidentes ni peligros ¿No? –preguntó retóricamente El Gafas.
– ¡Por fin alguien dice algo! –anunció, aliviado El Arquitecto intentando sacar unas risas. Al parecer algo demasiado innecesario y evidente por las miradas de la mayoría hacia éste de sus compañeros–. ¿Qué? Me apetecía decirlo.
–Si es que te gusta hablar, eh, al menos te he quitado la tontería que tenías de la grabadorcita –dijo cabezonamente La Chica– ya te estaba imaginando todo el camino con tus chorradas.
–Me debes una, por cierto.
–No te debo nada. Me lo deben todos. Además, no te habría servido de nada.
–Iba a ser una tesis mía ¿Vale? –trató de argumentar el que se hace llamar El Arquitecto. Volvieron a mirarle, pero esta vez solo fueron algunos y simplemente algo escépticos. Siguió intentando convencerles tras la brevedad de las pocas humillantes miradas–. Para cuando la tuviese que hacer algún día.

*

Una habitación enorme llena de tumbas doradas del color de la sala, seguramente por la mezcla de la luz amarilla de las antorchas, hacía iluminar todo con majestuosidad. A Los Aventureros parecía echarles para atrás el simple hecho de que hubiese algo parecido a tumbas y que estuviese llena de unos cuantos escarabajos, algunos de los cuales iban volando, se podían ver reflejados de distinta forma sobre tres tumbas centrales que había. El Gordo debía tener delante algún tipo de reflexión que le hacía más delgado porque se veía como orgulloso a diferencia de La Chica, que se vería como más gorda, aunque puede que se estuviesen viendo en un mismo tipo de reflejo.
A las tumbas las diferenciaban tres colores por la parte del torso, como si lo tuviesen de camiseta. Los mismos que habían incrustados sobre unos agujeros a la otra parte de por donde habían entrado. Es decir, no había salida. Cuando miraron hacia atrás, no pudieron ver la entrada. La habría bloqueado con facilidad, lentitud y silencio otra puerta de la misma forma que la otra: de abajo a arriba. “¿Cómo puede ser esto? Habrá algún mecanismo bastante avanzado a la época para algo así” puntualizó El Arquitecto sin recibir respuesta alguna. El Gafas parecía concentrado. Alguien estaba protegido por El Ciego sin que éste se diese cuenta. Se oyó un crujido que hizo saltar a La Chica para protegerse a espaldas de El Gordo, ya que se había percatado de que estaban bastante llenos de escarabajos de varias especies. El Gordo cayó sobre una de las tumbas. A su vez, un escarabajo volador se acercó posándose sobre la nariz de éste.
El Gafas despertó de su concentración tras ver que una suela de las zapatillas blancas de La Chica tenía una mancha reciente de color verde, algo al parecer no muy corriente. Pero antes de decir nada se quedó viendo tranquilamente la escena que montaban los dos. A El Gordo, con miedo a gritar por si le entraba en la boca el escarabajo, se le podía ver sufrir y sudar, algo que a La Chica le daba un asco notable pero sin la intención de bajar, aunque se fue resbalando a medida que seguía el insecto sobre la cara de El Gordo. Seguramente, La Chica entendía perfectamente que quería que le quitara el bicho, pero no le hacía mucha gracia tocarlo. Había más por la zona y el pánico de que se le enredaran en el pelo aumentó junto a la posibilidad de que si caía, acabaría con un bonito estampado de escarabajos de todo tipo de formas y colores. El escarabajo se fue por suerte, pero ella aguantó a espaldas de El Gordo.

– ¿Sabíais que se usaba insectos como colorante?
– ¿De qué puñetas estás hablando?, ¿para qué sueltas eso? No, ¿no? No, jaja, no. –Rió La Chica de sí misma, creyendo comprender la situación sin que le gustase un pelo.
– Rojo, verde y azul. Igual que las tumbas. No hay salida. Según El Arquitecto hay algo abajo. Escarabajos, lo siento Chica, de dichos colores. No estoy seguro, pero como por los agujeros de la pared no cabemos, diría que hay que introducir algún número de escarabajos por estos para que podamos continuar hacia abajo.
– Uff. Es eso... ¡Ah! Eso, también es asqueroso. No pienso tocar ningún bicho de esos con la mano –decía bajando de El Gordo y protegiéndose detrás de El Ciego, quien de momento no ha tenido nada que decir–. Ya me había imaginado lo peor antes, no sé… voy de blanco.
– Gafas, ¿de dónde salen y cómo viven aquí los escarabajos? ¿Qué comen?
– Buena pregunta Gordi, y la verdad no estoy seguro. Es que hay muchos tipos. Pero no es lo importante ahora mismo. Si algo sé de la cultura Maya, es que algunos de estos símbolos nos dirán la respuesta.
– ¿Eso es lo que sabes de la cultura Maya? –preguntó burlonamente El Arquitecto.
– Acabo de recordar que algunos son coprófagos.
– ¿Qué?
– Nada, que me dejes pensar… A ver, id localizando los escarabajos de los tres colores: rojo, azul y verde. No he dicho que los cojáis ¿vale?... perdona, Ciego, tu quédate quieto y espera órdenes. Fijaos, quien pueda. ¡Joder!, es que me cuesta no ofenderte, lo siento. El símbolo que hay encima sobre el primer agujero es como un ojo mirando hacia la izquierda.
– A mi me parecen tres barras dobladas, como de una celda, que parece que simbolice la libertad, es buena señal ¿no?
– Se traduce como el número cero. Creo que no hay que introducir ningún escarabajo rojo. Aunque podría estar hablando de la sangre de los insectos. No estoy seguro. Hay muchos, pero creo recordar que usaban larvas para el color rojo, por eso, aunque algún escarabajo pueda ser rojo, es más probable que tenga la sangre de otro color: verde o azul, supongo. Tenemos por ahí escarabajos y artrópodos, que no es lo mismo que insectos. Pero no creo que lo supieseis. No usan sangre, usan hemolinfa, creo que de color verde. Depende de si son celomados… Creo que lo mejor será probar antes de volverme loco. Sobre el color verde hay una raya negra y sobre esta dos puntos.
– ¡Una cara!
– Otro número, el siete. Siete insectos verdes, o de sangre verde. Y tres puntos negros, tres insectos azules, seguramente serán los artrópodos los de la sangre azulada. Así que basta con coger estos e introducirlos en sus respectivos agujeros.
Todos escuchaban perplejos a El Gafas. Quien tras su comida de tarro, su monólogo y sus soluciones, parecía más feliz que un pez en el agua.
– Si me equivoco me corregís…
– No, no.
– No, así está bien.
– Te apoyo.
–…bien, pues en marcha.

Y así lo hicieron. Aunque más bien lo hizo mientras observaba quien podía. El Gordo aprovechó su facilidad para que se le adhirieran ciempiés y escarabajos para ayudar involuntariamente a El Gafas. Y cuando finalizaron, esperaron alguna reacción de las tumbas. Se oyó algún ruido, pero aquellas tumbas parecían pesar mucho como para que pudiesen moverse por viejas palancas. Pesaban bastante, pero no para El Gordo, que con una naturaleza instintiva que podría ser motivada por la adrenalina de la escena que ha montado o por la ausencia de alimentos en su estómago, consiguió levantar la tumba roja. Creo que se decidieron a entrar por esta porque tenía dibujada en la piedra el símbolo de la suma de los dos de antes, o la resta del segundo y el tercero, o vete tu a saber cual. El caso es que pasaron sin morir en el intento, ya que por las otras dos habían trampas.

**

Llegaron, tras caer y andar un rato a una sala lo suficiente iluminada como para acostumbrarse a ver bien. Iluminada por lo que seguramente sería una antorcha situada en un pasillo al que se llegaba por un agujero que había al fondo en la pared, unos ladrillos de piedra parecían haberse derrumbado permitiendo la iluminación.
En el momento que El Gordo intentó pasar para llegar al siguiente pasillo, se oscureció todo, salvo una ranura en el techo que pasaba desapercibida, así como el color de una parte de esa misma parte del techo, que era del mismo color que el de los ladrillos de piedra que había desplazado El Gordo para llegar y atorarse por aquel hueco.

– ¿Qué ves Gordi? –le gritó El Gafas
– La antorcha, un pasillo que parece no llegar a ningún lado y algunos murciélagos que me están empezando a dar miedo –decía entrecortado y confesando estar un poco asustado.
– No, tiene que haber algo más.
– Más piedras.
– ¿Llegas a cogerlas?
– No Gafas, estoy atrapado… pero tienen una forma similar. Son bonitas.
– Es posible que sea como una especie de juego con las piedras. Tiene que significar algo.
– Sacadlo de ahí, anda –ordenó La Chica.
– A ver si encontramos la forma de pasar todos sin quedarnos atascados –replicó El Arquitecto.
– Mi intuición femenina me dice que es por ahí arriba.
– Pero, ¿no será por ahí?, quiero decir… no sé, tiene sentido que sea por donde el grande no pasa.
– ¡Tú! ¿Has mirado el techo?
– Sabes cómo me llamo, ¡¿Porqué no me tratas como me merezco?! Me siento inútil aquí. No llevamos ni dos horas, jo, si nos conocemos desde hace ¿Cuatro, cinco años? Y a ti desde hace más Gafas, y no veo que me apoyes mucho.
– No, es que creo que tiene razón. La intuición es bastante útil, hay que seguirla de vez en cuando.


En cuanto ayudaron a salir a El Gordo, se pudo ver a La Chica con el brazo levantado y señalando con el dedo a la ranura, que se podría apreciar solo en la total oscuridad. Algo en lo que El Gordo no se pudo fijar.
Antes de poder darse cuenta Nadie, Alguien habría tocado algo. Se notaba en el ambiente humedad y frescor. A cada pasito que daba Alguien sonaba un ruido sospechosamente similar a "chof chof" y en menos de 10 segundos la habitación entera llegó a inundarse por los tobillos... hecho que podían notar.
Nadie debía estar buscando por donde salía el agua para intentar frenarla con las piedras. Pero por suerte y, aprovechando la luz de fuera, La Chica había dado con la clave. Y así, los tres chicos pudieron cavar su propia tumba acuática, pero vamos, voluntariamente.
–Si conseguimos tapar el agujero, podremos flotar hasta arriba y pasar al siguiente piso. Esa es la solución. Venimos de arriba. Ahora hay que volver –. dijo El Gafas.
Encajando cada piedra como un rompecabezas y sin olvidar Nadie las del otro lado de la pared, consiguieron tapar el agujero.
Y así, flotando como mejor sabe hacer El Gordo, fue “dejando” caer apartando con su tacto las piedras del techo para poder salir (esta vez sí) el primero, como caballero que es. Seguramente porque siempre necesita la ayuda del resto para esa clase de esfuerzos.

***

Mojados y congelados de frío, pero ya a salvo, fuera del agua. Alguien mojaría la antorcha o se consumiría por sí sola. Incluso una brisa pudo ser la que apagara la leve llama de la breve vida de la antorcha. Lo que parecía un laberinto antes de quedarse sin ver absolutamente nada, se convirtió en un juego para El Ciego. No porque todos estarían en las mismas condiciones ni porque pudiese distinguir los obstáculos con el eco del ruido que hacían, sino que por algo tan simple como era sentir el viento, que seguro que venía de fuera, para así sacar a Los Aventureros de aquel templo mortal.
Asomándose cada uno, tras explicar El Ciego su idea, por los distintos pares de puertas que había a los lados de la pared (hecho que pudieron divisar antes la mayoría) incluyendo una quinta al final del pasillo, pudo notar uno de ellos dicha brisa. Y como el que se percató estaba ciego pero no mudo dijo:

– ¡Por aquí! –callando el resto de discusiones de por donde sería, algo que El Arquitecto parecía haber intuido también por la estructura del castillo– No hagáis ruido.
– ¡Increíble!, aunque no sepáis notar una simple brisa, bastaría con que recordaseis un poco el mapa y el camino que hemos seguido.
– ¡No te quieras echar flores! Ha sido El Ciego quien ha tenido el mérito y va a tener el placer de sacarnos de aquí… ¡Si-te-callas-de-una-vez! –dijo interrumpiendo entrecortada para enfatizar su enfado. Es muy molesto, pensaría todos casi seguro.Y ya de paso, ella le atizó a El Gordo.
– ¿Y yo que te he hecho?
– ¡Mierda! No recuerdo dónde está el otro.
– Me voy hacia delante –sollozó, y mientras iban caminando tuvieron que ceder hueco al grandullón, que iba disculpándose por cada pisotón o aplastamiento contra la pared debido a algún tropiezo. Se posicionó detrás de El Ciego, el segundo, antes de que el pasillo se encogiera, y no porque se moviese, si no por la estructura.

– ¿Podéis callar de una vez? No veo… digo oigo –corrigió rápidamente El Ciego. Y solo cuando consiguió callar a todos pudo oír algo, pero se oyó:
– ¿Por qué? –se preguntó El Gordo.
– Porque no puedo saber por dónde vamos.
– No, que ¿Por qué eres ciego? Además, ¿cómo sabes por dónde vamos?
– Soy ciego de nacimiento. No sé por qué. Y…
– Pues si no sabes por qué déjame a mí, me está entrando jaqueca y quiero salir ya.
–…y que lo he explicado antes, ¡uf!
– Y tiene hambre –susurró casi imperceptible El Arquitecto.
– ¿Acaso veis algo?
– Pues sí, yo ahora estoy viendo... ¡aparta! –tirándole al suelo por una ansiada bocanada de oxígeno y supongo que por algún ansia de bocados, yo diría que lo saltó, porque si no no me explico cómo lo adelanto –Chicos, creo que ya llegamos… ¡Ah!
Fue breve. Todo, la ilusión y el grito.
– ¿Estás bien? –se preocupó La Chica
No hubo respuesta, y al no haberla se empezó a poner histérica. Pero en lo que tardó en volver a respirar tras la pregunta, en la que aguantó el aire unos segundos como para oír mejor, se oyó a El Gordo decir "Au".
– Te lo has buscado –le replicó el ciego levantando el pie que había clavado en su cabeza. Puede que por tirarle al suelo o por simple casualidad, no estoy seguro por qué.
– Estoy atrapado… –se dijo en tono de auto-humillación respondiendo a la vez a todos–…para variar.
– Si es que no están hechos a tu medida. Antes la gente era más delgada –dijo El Arquitecto.
– Y por lo visto más lista –espetó riendo El Gafas. Hubo un silencio en el que se supone que de poder ver algo se habrían quedado mirándolo–. Algo tenía que decir ¿no? Hacía tiempo que no habría la boca. ¡Ven aquí grande!
– Necesitarás ayuda –mientras como podían, unas manos del grupo le ayudaban en un momento de misteriosa empatía grupal hasta que pudo salir por sí solo del agujero que había.
– ¿Alguien ha encontrado algo?
– Gafas ¿Preguntas o afirmas? –Soltó algo tiquismiquis La Chica pero simpática.
– Creo que lo segundo. Mira. Bueno, óyeme, que no se donde estás… se va solo hacia la salida.
– Si, si lo veo. Puedo verlo. Va más tranquilo que Ciego por su casa sin sus hermanos pequeños. ¡Que se va y no vuelve…!
– Claro. Como siempre, es fácil meterse con el ciego.
– Tampoco estaba ya muy lejos –soltó burlonamente tratando de quitarle méritos seguramente por no haber ayudado a resolver ningún acertijo, rompecabezas… o lo que sea que fueren las trampas Mayas.

Al pie de la salida o entrada, según se mire, había hasta algo de vegetación, y en lo que parecía ser un borde de tierra en la parte superior del templo, se podía observar un saliente cubierto de tierra que parecía estar puesto aposta para enterrar o tapar algo. Lo sé.

****

Nadie en la puerta saliendo en la última posición, como siempre, y todos apreciando las vistas desde lo alto. Habían llegado por fin a la otra parte, también parcialmente enterrada. Estaba enterrada gran parte de la escalera, parecía un único escalón gigante de tierra. Alguien estaba meando desde arriba sobre un montón de tierra que había debajo del gran escalón, que supongo que parecería que estuviera puesto para saltar los dos o tres metros de altura, hasta llegar al suelo de tierra.
El Arquitecto, observando esta apreciación (la del saliente de debajo) abrió su mochila y la lanzó con poca delicadeza a un lado, donde tendría pensado que aterrizaría. Pero se fue fuera rodando, alejándose del saliente y cayendo por un lado de las escaleras del templo.

–Por fin voy a poder ayudar con algo –dijo orgulloso montando lo que parecía una pala mientras quien podía se le quedaba mirando medio extrañado. Y solo uno siguió la trayectoria de la mochila, ya que en ella llevaba bocadillos. Dio la impresión de haberlos perdido para siempre, junto a sus pertenencias– ¿Qué? voy preparado.
Saltó al saliente de tierra con la mala suerte de darse con algo duro, lo que provocó un "crack" muy fuerte. Cayó y resbaló por culpa de una “zona húmeda” que dejó Alguien, golpeándose la espalda con la parte no tapada por la tierra de las escaleras Maya.
– ¡¿Te has roto la pierna?! –gritó sorprendida La Chica decidiéndose a bajar
– ¡Ay! –maldecía levemente– si no me hubiese quitado la mochila... ¡No lo sé! ¡Me duele la espalda!
No parecía el momento para decirle dónde podía haber ido a parar su mochila, así que hubo una pausa un poco larga hasta que finalmente Nadie bajó, y detrás El Gordo y el resto, usando una parte desenterrada de la escalera que había.
Cuando llegó El Gordo donde estaba él, le ayudo a levantarse tan bruscamente que la pala, que aún tenía sujeta, salió despedida hacía Alguien que Nadie interceptó.
El Gafas se acercó al pedazo de tierra que había marcado con sus botas El Arquitecto, y pudo ver cómo salía una especie de humo de lo que parecía una caja de madera.
– Siento...–dijo El Ciego– siento una presencia.
– Es... –dijo El Gafas tembloroso con poca decisión pero alto y claro– ¡un ataúd!

*****

Solo de esa forma pude materializarme en poco más que un humo, para mi muy corriente, pero claro, supongo que para ellos sería algo fantasmal.

– Os he estado siguiendo todo el viaje. ¡Eh! Podéis oírme. Puedo hablar.
La Chica se desmayó y Nadie la sujetó a tiempo. Acabó cuidadosamente en el suelo.
– Perdón, no me he presentado, soy... Jones, creo... Lo debe poner en la tumba en alguna parte.
Se pusieron todos a buscar. Nadie dijo nada.
– Es igual. No queda mucho tiempo. Llamadme Jones. Os he estado guiando todo el camino, pero no lo puedo demostrar.
– ¿Porqué no queda mucho tiempo? – preguntó El Gafas intrigado mientras despertó La Chica de su momentánea deshidratación.
– Salen los espíritus de cien hombres persiguiendo a los aldeanos atemorizando todo a su paso. Investigué en vida y descubrí que se trató de una guerra entre hermanos.
No sé el motivo. Pero sí conozco el punto al que puede llegar el miedo que provocan.
– ¿Y qué pueden hacer?
Sin decir nada, me limité a pasar la mano por alguno de los chavales. Dejé atrás la silueta que formaba el humo en mi brazo izquierdo por atravesar su cabeza. El humo retorno su posición al devolver mi brazo por donde lo había pasado.
– ¡Vaya! –exclamaron todos menos uno
– No se siente nada –dijo alucinado El Gafas
– ¡Ahora yo! –pidió El Gordo
– Yo no veo nada –dijo indignado El Ciego
– ¿Y por qué la gente se asusta?
– Porque no lo saben. Tal vez porque se ven reflejados en sus propios miedos infundados por el mal que hubo una vez en su pueblo. Eso sí que da miedo. El sentido de la justicia que tienen… ¿Queréis saber todo lo que yo sé? ¿Hasta dónde llegué para acabar así? Si no sé ni qué me sucedió, jajaja…
– Te arrancarían el corazón los mayas, es muy típico de ellos.
– Esos Mayas y sus costumbres, pero no les culpo. En fin, os contaré lo que puedo recordar, a pesar de haberme dejado el cerebro en la tumba, jajaja.
– Jajaja, ¡Qué cachondo! –me rió como pudo El Arquitecto.
– Pues veréis, esta sociedad ha estado oculta durante muchos años. Y hace mucho más, no sé cuanto, hubo una guerra entre aldeanos. Una guerra entre hermanos que hizo que se mataran entre ellos. Algo irónico si pensáis que el motivo era el de erradicar los sacrificios humanos, algo que parece que no consiguieron quitar ¡eh! Aquí da la impresión de que se sigue en aquella época, que no ha pasado el tiempo. Y sí, la leyenda es cierta porque sé que sí, y si no creéis en los espíritus, es que no me habéis visto bien. Lo siento Ciego. Si es cierta, estarán apunto de salir por los laterales del templo, unos por un lado y otros por otro. Simbolizando cada bando. Y sí, aunque las salidas estén bajo tierra, os aseguro que podrán salir y será mejor que no estéis aquí cuando ocurra.

Y como cada media noche del día de los espíritus Mayas, se acercó el pueblo por el puente de piedra para comprobar lo que sus antepasados describieron. Algunos ya aceptaban su destino: la culpa de sus antepasados. Los que parecían estar estáticos, serían los sacrificios del pueblo. No aprenden. A ver si… mierda, salieron. Así que empezamos a correr.
– Llevaos a quien podáis, huid de los mayas, bueno, de los que ya están muertos.
– Oye ¿Cómo es que a Los Espíritus Mayas se les ve perfectamente y para verte a ti has necesitado tus propias cenizas en forma de humo?
– Bueno, yo morí en un templo Maya. Ellos fueron víctimas de un maleficio también Maya, supongo... supongo que eso es más fuerte.
– Entonces hay varios tipos de espíritus.
– Si, los buenos y los malos. Corre anda, les entretendré –animé mientras aún podía oírle decir:
– ¿Cenizas en forma de humo? ¿Cómo pudo morir y acabar incinerado?

******

No pude hacer nada, “misterios de la vida” dije sin que nadie me escuchara, aunque más bien son de la muerte. Los sacrificados que dieron su vida por el pueblo para que el resto pudiera huir junto a Los Aventureros, murieron sin dejar su alma junto a la mía, en el limbo. Por cada espíritu muerto en aquel trágico combate, habrá un sacrificio hasta el fin del maleficio Maya.
A mi, sin embargo me ata este templo Maya, que es mi entretenimiento, mi muerte, mis últimas aventuras en vida… y su pueblo que me venera y rinde culto, como yo nunca quise que hicieran. No quiero creer que el día que acaben con las muertes innecesarias sea el día que pueda por fin marchar, porque ese día puede que no llegue. Al menos sé que he hecho bien en ayudar a unos chavales que espero que terminen lo que yo no pude. Y así, en dos meses, conseguí ascender.