martes, 21 de octubre de 2014

Palomas... ¿racistas?

Soplaba un cálido viento de poniente, el verano estaba cerca y se notaba en las hojas al caer. Un grupo de palomas sobrevolaba en bandada entre los edificios de la ciudad cuando en el suelo me percato de que hay una paloma negra más atrevida que se acerca sin miedo ante mis pasos mientras otra blanca desconfiaba por si acaso de los humanos; y bien que hacía. ¿La razón? Nunca se sabe cuándo se lanzarán sobre ellas.

 No hemos empezado en cientos de años, vamos a empezar ahora... y en cierto sentido, así me siento, contradictorio en mi mismo salvo en mis pensamientos más estúpidos. Estaba sentado en el parque, así que no podía hacer nada para ahuyentarla puesto que su presencia estorbaba mi labor de ser humano de sentirme superior controlando el espacio que me rodea. Y, sin embargo, en un acto de honrosa fe ciega en la naturaleza me retracto al ver en el animal algo que me hacía pensar que tenía problemas. Se encontraba quieto, inmóvil, no hacía nada por alejarse de quien pudiera ser una amenaza.

Un ruido ajeno a mi, aunque pudieran ser mis tripas, no inmutó a la paloma quien pareciera que pidiera para no quedarse muerta a pesar de que estuviese conservando muy bien sus fuerzas. No parecía muy fuerte, la verdad. Y en un fugaz momento de impulsividad científica disruptiva inspirada, aunque no lo suficiente impresionante para ella, di un golpe fuerte con el pie al suelo para hacerla volar. ¿Y qué imaginan que fue?  Nada. Ni se inmutó. Estaba sentada. Apaciblemente, impertérrita e inmutable. ¿Tendría superpoderes?¿Habría perdido el miedo durante sus últimos pasos en la escala de la evolución tras acostumbrarse a los humanos? Podría estar protegiendo a sus hijos pero al poco de observar, me di cuenta, con otra sacudida al suelo que tenía ¡una pata rota!
 Saltó de un sitio a otro con su pequeña patita impactada por el asombro de la insistencia de aquel hombre molesto y extraño ser para ella.
Se quejó. La oí gorjear. Grugru, gru gru.

Giré la mirada y vi aparecer en el horizonte de tierra, donde se juntaba el camino al banco con un lago, detrás de un árbol, a una tercera paloma. La miraba como suelen hacer ellas torciendo rápido la cabeza. En eso que me levanto y, de pronto, aterrizan una bandada de palomas y rodean a la indefensa mientras la otra se apartaba sin querer saber nada. Y yo me pregunto, ¿cómo se habría quedado coja ahí?

domingo, 7 de septiembre de 2014

Un día perdido

Un perdido que se escapa ante mis ojos no es nada en comparación con lo que es perder páginas u horas de trabajo. Yo, que casi al día no toco la guitarra y compongo una canción improvisada con o sin letra o que si no escribo un poema con inspiración o escribo parte de otro proyecto no me siento realizado, necesito organización. No puedo estar componiendo para nadie, escribiendo para nadie ni criticando, investigando o sufriendo sentado para nada. ¿Y si tuviera que estar haciendo deporte para que no se me atrofien los músculos o no se me vicie la costumbre del sedentarismo?
Ah, pero no, yo soy práctico, tendría que estar haciendo algo de provecho aunque sea para no estar haciendo nada.

A veces creo que soñar es mucho más ilustrativo y práctico que estar despierto o fuera de cualquier texto. Leer no es solo un placer, es el negocio por donde se nos brinda imaginación visual a pesar de que no veamos más allá de letras. Y es que estas en un orden pueden hacerte ver cosas que ni aunque estuvieran dibujadas verías mejor... a menos que estés ciego, en cuyo caso no estarías leyendo esto sino oyéndolo, que para el caso es lo mismo.

Continúa a: Condenado por la sociedad

viernes, 6 de junio de 2014

Maldito soñador

Llegué a tu puerta, bajo tu ventana, para sorprenderte y oí a alguien. Ya era demasiado tarde para quedadas. Y habías hecho ya avanzar el juego bajo mi atenta mirada. Se burlaba de los inocentes que creen en el amor a primera vista, y yo sin mi guitarra con la que llorar no recitaba porque no podía hacer más que no dar crédito de la razón que tenía... mi estupidez, esa cosa que dicen que no tiene límites. Creo que fue un científico, y con razón. Y si yo soy humano, pues también.
Hay que estar loco para no creer en el amor, pero hay que estarlo mucho más para pensar que pueda ser eterno.
-Maldito soñador, qué se habrá creído. -le gritaba a una película de la tele.
-¿Qué dices? -la imaginé algo molesta.
-¡Ni que estuviera escuchándonos!

Si cada palabra duele como un puñal punzando un corazón serían esas: "Maldito soñador". Y yo maldigo el tiempo en el que el azar de los muertos me trajo a de un sueño a la vida ya que esta se me detiene como el infarto que dan pequeños espasmos en el cerebro involuntarios. Porque pensaba decírtelo con orgasmos. Y ahora soy un solo desecho orgánico del resultado de tu labia pretendida y ligeramente fina que me conquistaba por un momento en tu cama. Un momento en tu cama. Un momento en tu cama.

Olvidaría definir lo que es un momento, y lo que es... es... algo mágico. Nunca había invertido tanto amor en alguien en tan poco tiempo, y que el amor que repartes sea el mismo que te devuelven, como no sea que apuñalé a alguien o empezaría a hacerlo no me siento correspondido. Y las cartas nunca llegan al sitio ni a tiempo. Si lo hubiera sabido, ¿crees que hubiera perdido el tiempo con drogas que desconocía hasta hace un momento? Un momento, sí, pero no el mismo. Todavía no han inventado droga que defina lo que aquello significó para mi un momento, fugaz. Pero siento que te tengo que dejar, siento que no soy fiel no a ti sino a lo que digo, y que una vida enterna, la de tu vida, se te pase por alto en un solo momento no lo permito. No lo entiendo. ¿Cómo es posible que te quiera tan egoístamente que no quiera verte con nadie más? ¿Cómo puedo haber sido tan hipócrita?
-Que bañes tu cabeza, tu cuerpo, y te aclares esas ideas con agua fría.-ordenó replicando su compañero de piso marchando.
Maldito soñador se iba refunfuñando en voz baja y ausente. Sabía que lo decía. Nos conocemos de hace tres meses.
Bajo el grifo del agua fría nada cambiaba, seguía pensando que tenía que seguir mis instintos felinos que le llevan a mi corazón a hacer lo que ha hecho. A morir bajo un lecho de agua fría. Y ahora nunca imaginaría morir con agua caliente.
La corriente seguía su curso de toda la vida. Hasta la bañera llegaban atisbos de vida para descomponer los residuos naturales que podrían perfectamente pudrirse con el agua con el tiempo. Y en lo único que pensaba su compañero es en la sandwichera.
-¡Joder! Ya no voy a poder almorzar nunca más.

domingo, 26 de enero de 2014

La chica con un agujero negro dentro.

"-No hay desesperanza en mi, sino la certeza de que lo posible y normal para casi todo el mundo es inalcanzable para mi." fue lo último que pensaba antes de dormir.

Vivía plácidamente descansando sobre la repisa de su lugar de trabajo. El escritorio estaba lleno, desparramado de dibujos al óleo y retratos a carboncillo. No muy lejos tenía la cama con su almohada perfectamente desordenada para no desentonar con el resto de la habitación.
La luz natural ya no era lo normal para ella, sino que se bronceaba con la lámpara ecológica que tenía en el cuarto de bajo consumo. Se podía haber quedado con ella encendida toda la noche, pero su mano no podía seguir el ritmo de su cabeza, por lo que le hacía soñar a veces con que dibujaba cuadros, todos los que tenía por acabar, pero al despertar comprobaba la cruda realidad de que todos seguían estando como los había dejado la noche anterior. Deseaba que el lápiz fuera mágico y que plasmara por sí solo las imágenes que tan fugazmente pueden pasar por tu cabeza cual una lluvia de estrellas.
Se te va la cabeza, se te va a veces, pero no te importa. Para ti la realidad es como un destello de luz que viene y se va, eclipsada por esa epilepsia que te aleja de la realidad y te lleva a otro mundo cual narcolepsia. Y no dejas de soñar cuando despiertas, pero cuando estás allá, me encantaría saber qué pasa por tu mente. Y encuentro quizás en ella una mujer inerte, tirada sin vida entre una laguna cristalina en medio de las enredaderas de la selva tropical. Se incorpora en cuerpo y alma, y se sumerge y sale tras no hacer otra cosa más que beber. Beber del manantial de sabiduría, y esperanza, porque van unidas más allá de lo que pueda provocar los excesos de una sin la otra.
Pero entonces despiertas, despertabas y piensas que no puedes más. Que tienes un gran vacío en tu vida que no sabes cómo llenar. Ni con comida, ni con amores de una noche de verano, ni con las drogas que te brinda la vida, ni con el agua pura del manantial.
Ella tiene un agüjero negro que cada día pide más y más, y ya no sabes qué darle, qué llenar. Peor que una tenia, solitaria, o a saber qué más. Y si tuvieras un parásito en la oreja quizás lo atiborrarías a base de musicalidad, pero no es tan sencillo cuando el vacío existencial llega más allá y cruza las fronteras entre el estómago y el diafragma.
Temes porque se le ocurra atacarte al corazón, y eso es lo que te provocan de verdad esos desmayos que temes que no se cumplan cuales deseos de verdad, de estrellas fugaces o de sueños que vienen y van para quedarse en forma de tedioso trabajo. Porque es lo único que te queda en realidad, y te satisface cada muy poco, cuando acabas lo que tenías que terminar. Pero siempre hay un mundo más allá por empezar, gente nueva e interesante, campos y tierras por descubrir, un mundo nuevo lleno de bondad por dejar de soñar con el que, quizás, con un poco de suerte si soñamos todos con fuerza, podamos llegarlo a alcanzar.
Que los pequeños actos de la naturaleza sean más la fortaleza de la nueva casa espiritual que es la madre tierra, y que aquellos pequeños parásitos que habitan y te invaden tu cuerpo en sociedad sean tan insignificantes que un día desaparezcan.

domingo, 12 de enero de 2014

En cueros

Ahí estaba yo, bravo al verdugo, valiente al atardecer. Ala triste, rota, y tocada... es todo lo que podía pasar por mi pequeña cabeza, pero sabía  a lo que me enfrentaba entre la arena.
No daba cabida a porqué estaba yo ahí, debía estar fuera, libre, corriendo a mis anchas, rodeado de verde, por prados y valles, no haciendo de ornamentación para nadie.
Tenía miedo, ¿qué esperaban? Que embistiera, eso es, que arremetiera contra todo. Y a cada vuelta, con cada giro brusco caía. Ruedo, el suelo naranja y yo cara abajo, babeo.
Ya nos habían contado esto, pero no pude creerlo, pensaba que nunca me venderían de esa forma, pero era mi día, hoy me tocaba a mi batirme en duelo contra aquel héroe vitoreado donde yo era el malo, un villano que nunca ha tenido voz cuando más de uno podría explicar mi situación y la de muchos otros. Es una verdadera injusticia. Yo tenía puestos los cuernos, y ya solo con eso no podía explicar nada más. Cómo me veía, me sentía apagado, no quería caer en la provocación y no hacía nada, estaba fuera. Y no fuera de control, ni fuera de mi, estaba tranquilo pese a todo lo que estaba por venir.
La única distracción era él, brillante y con un lúcido porte, amenazante, de verdad, más que yo. Se acercaba dando una vuelta.
Si bien nunca he tenido un color predilecto, podría asegurar que el fucsia no se encontraba de entre mis favoritos, prefería el verde de mis campos que recordaba en mis últimas horas de vida, porque lo sé, lo sabía que aquello no podía acabar bien. En todo duelo siempre tiene que haber un vencedor y un vencido, y tenía todas las de perder, y, tras varias sacudidas no era yo quien tenía una espada y una capa roja, pero os aseguro que no era un superhéroe aunque así lo aclamaran cuando me hirió de muerte.
Manchado el ruedo naranja de sangre y babas, con mis cuernos y ornamenta intacta, me derrumbé derrotado en el centro de la plaza mientras un escaso público enfermizo aclamaba pidiendo la piedad de mi muerte cuando me cortaron las orejas y el rabo. Ya no era un toro bravo nunca más, y el verdugo que algún toro me había descrito, no tuvo piedad conmigo. Todavía no entiendo porqué encima le echan las flores que podía ver y respirar en el prado, libremente, donde imagino que vuelvo a estar para siempre tranquilo, pero que no os dejen engañar, esta herida que me alcanza al pecho es mortal, fatal, y más dolorosa que cualquier bandera o banderilla que me hayan clavado de más.
Estas palabras no son más que los pensamientos de todos los que han corrido, en la corrida, la misma suerte que yo final. Y solo espero que a esta inhumana agonía se le ponga punto y a parte algún día. Hoy descansaré mientras en paz.