domingo, 4 de enero de 2015

Reynoland

Érase una vez, no, mejor, borrar, borrar. Hubo una vez, no, muy antiguo. Había una vez... muy cómico.
En cualquier caso, estaban no una, sino muchas veces -siempre que lo recuerdo- una multitud en una casa de árbol llena de enanitos que vivían en medio de un jardín junto al castillo de las princesas que estaba lleno de flores que brillaban en la oscuridad. Había plantas de todos los colores, amarillo fosforito, fucsia, granate... de todos los colores, porque en un mundo mágico y, como todos saben, en los mundos mágicos hay montones de animales y seres salvajes de lo más extraños que te podrías encontrar. Todo cuanto pudieses imaginar estaba por allí: un león alado con patas de elefante y caparazón de tortuga, un pegaso con tres cuernos y patas de cebra, una sirenita con cabeza de y cola de caballito de mar, un mono calvo con el culo azul y cuernos, un hipopotamo delgado con el cuello de jirafa y colmillos de cocodrilo, un rinoceronte...
 incluso los animales extinguidos como los dinosaurios pero en versión diminuta: podías ver un diplodocus bebé beber del río con su largo cuello en un charco pequeño.
Era un mundo fantástico.
Y lo mejor de todo, es que lo reinaban princesas. Sí, princesas. No había reinas ni reyes, no se sabe por qué, pero en este mundo no habían nada más que princesas y enanos. Y las princesas tenían las llaves de la puerta de los castillos; una bajaba de su alta torre para preguntarle a su vecina. Toc, toc.
-Tienes la llave, pasa cuando quieras, me estoy peinando.
Tenía una larga melena que le costaba peinar más de tres cuartos de luna menguante. (Esa era la unidad de medida de esta land).
-Amiga princesa azul, ¿has visto el fuego verde que hay en medio del bosque? Es como si se estuviera quemando algún árbol.
-Yo no huelo nada.
-Normal, ¡con tanto perfume! Ves y mira a ver si desde tu torre ves algo.
Dos días después, cuando terminó de arreglarse el pelo blanco, bajó de lo más alto y siguió:
-Yo no veo nada, princesa marrón. Serán imaginaciones tuyas.
-No, porque lo que imagino existe, y si lo he imaginado estará allí de verdad. Ven conmigo.
Pero no le creyó ni la consiguió convencer.
Princesa marrón tiene un largo pelo rubio ondulado que le llega hasta los tobillos, para no tropezarse al andar.
Ya fuera del castillo azul, construido con ladrillos del color del cielo, se dirigió por todo el reino mágico en busca de otra princesa que pudiera creer su historia.
-Voy a ver si la princesa amarilla me cree o me dice algo de qué puede ser.
Camino de la torre con un tejado rojo que estaba a milimillas de lejos de allí se encontró un caballo blanco con alas y tres cuernos.
-Debe ser de la princesa azul. -pensó.- Lo tomaré prestado, no creo que le importe. Luego sabrás volver, ¿verdad?
-Sí. -relinchó el pegaso.
En un santiamén, llegó al balcón de la torre amarilla y allí se encontraba la princesa que estaba esperando. Tenia unos anteojos morados con los que podía ver muy bien sino le tapaba su brillante pelo rojizo la vista apartándose el pelo de un soplido, como hiciere el asno que tenía con alas.
Bajó del burro y se despidió con un azucarillo de miel y limón.
-Princesa, princesa amarilla, ¿has visto el humo que sale de en medio de la selva? La otra princesa azulada no me ha hecho caso.
-Sí, lo veo, y no solo lo veo sino que sé lo que es.
-¿Ah? ¿Sí? ¿Y qué es?
-Son los trolls de las cavernas. Son seres apestosos que huelen a ciénaga y pantano y comen babas pegajosas de las larvas y babosas. Son seres repugnantes y muy mal educados que se portan muy mal y no respetan para nada a nadie. En cuanto tuviesen la ocasión, seguro que te lanzaban piedras y palos.
-Pero no puede ser. ¿Sí? ¿Quién imaginaría una cosa así? No me lo creo.
-Pues no te lo creas, princesa marrón, pero yo he oído cosas, y los ojos no mienten.
-¿Los has visto?
-Verlos, verlos no. Pero me los he imaginado así, y si me los he imaginado así es que muy diferentes no tienen que ser.
-Bueno, vale, voy a ver si encuentro a alguien haya visto u oído algo más.
Entonces vio un pequeño pato blanco con patas de flamenco y cuello de cisne.
-¡Oh! Qué patito más mono. ¡Ai! Me ha mordido.
-Es un pato. Los patos muerden. Tienen dientes.
-Yo pensaba que solo tenían pico.
-No.
-¿Qué le das de comer?
-Pan de aceite con queso a las hierbas, pero se me ha olvidado dárselo en un par de días.
-Claro, por eso está así.
Al día siguiente, llegó a casa de la princesa violeta. Había tenido tiempo para pensar en esa definición tan desagradable y grosera que le había hecho la princesa pelirroja que no podía creer. ¿Trolls de las cavernas? ¿Comerán mocos y se tirarán piedras? No, no puede ser.
-¡Violeta, violeta!
-Princesa marrón, te he dicho lunas de veces que me llames princesa violeta. No me ha costado sacarme el título en la escuela de magia para nada.
-Perdón. Princesa.
-¿Qué quieres?
A pesar de sus bruscos cambios de humor, la princesa tenía un corazón rosa, y era muy inteligente. No se dejaba engañar por lo que veía o le dijera nadie. Ni ella misma a veces. Puede ser un poco difícil convivir con ella misma tanto tiempo.
-Pues, verás.
-¿Qué tengo que ver?
Podía ser un poquito impaciente a veces, y podría tener unas ideas tan oscuras como la raíz de su cabello.
-He visto junto fuego junto al gran árbol, verde. ¿Podría estar incendiándose fuera de palacio?
-Sinceramente, no lo creo. Lo más probable es que algún enano esté haciendo a la brasa a alguna pobre e inocente criatura, o a otro enano.-dijo esto abriendo una de sus otras para coger una perla y atársela a su collar.

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