lunes, 21 de octubre de 2013

En los años 20 - H. Jazz Palace

Esa noche fue divina. Noche y día perfectos. Y yo no me puedo quitar estos pájaros de la cabeza. Oh, y por amor de dios, ella era perfecta. Divina la soltura con la que camina.
Salimos de aquel antro de Jazz con la música en la cabeza. Fuimos de tiendas, viendo luminosos y carteles de estrellas entre las calles tan vacías transitadas de gente. Pero era emocionante. Era una nueva compañía, una nueva aventura, callejuelas y notas en el aire. Lentejuelas y neones y taxis.
-Hey! Para.
¿Qué he hecho yo?
-Mira. -me dijo cogiéndome con sus delicadas manos de guantes blancas la barbilla y elevándome al cielo.
Había palomas que volaban no tan rápidas como nosotros tras haber venido corriendo hasta aquí. Y estábamos en la puerta de un lujoso Hotel de 4 estrellas y subiendo por las luces de elegantes farolas negras te llegaba la vista hasta el más alto de los rascacielos, así llamados a los edificios, que asomaban cuando alzabas la vista su coronilla y antenas.
Sonreía. Y su sonrisa te habría hecho subir las escaleras del piso más alto andando. Se dio media vuelta, y entró saludando al recepcionista de verde con una gorra. Me vi reflejado con el traje y la corbata. Si había que salir, había que hacerlo elegante.
Inclinas ligeramente la cabeza como saludo mientras salen por la derecha una pareja de mujeres de perlas y vestidos negros acompañadas. Es curioso cómo las miradas vienen y van como viendo pero dejando caer su vista recostada hacia atrás pero para delante, con su novio abriendo la puerta.
-Gracias.y
Mi cortesía se había venido abajo por la pasión y precipitada decisión de mi chica, que había entrado por su cuenta, pero supongo que habrán más puertas. Lucía un vestido blanco acabado en una reluciente falda. Hacíamos la pareja perfecta, el contraste ideal de noche y día, blanco y negro. Y a mi me daban ganas de mover los pies, y hacerlos sonar caminando hacia ella, pero me resistía a las ganas y a la tentación. Un piano se oía en la habitación contigua del fondo. Podría haber baile, pero no pude satisfacer mejor mis maneras de moverme. Me cogió de las manos. Olía su perfume. Tan natural todo. Me tiró hacia delante, insistía, pero tenía las manos frías debajo de todo aquel abrigo.
El ascensor se plantó y de fondo sonaba un saxofón. Botones. Creo que el 19 era el piso más alto. Un poco más y la azotea.
-¿A qué piso, caballeros?
-Al que la dama guste.
-¿Qué piso desea la señorita?
-La suite más alta que tengan.
Debimos hablar con la recepcionista antes para tener una llave pero eso en aquel momento daba igual. Era como si todo estuviera planeado, pero todo estaba improvisado. Y el botones no dejaba de mirar de reojo a la chica, pero tenía razón, ¿Qué hacía mirándole yo a él? Con ese sombrero y traje rojo con botones dorados y pantalón negro.
De cualquier forma iba yo con la llave. En el salón había una gran fiesta, gente de smoking fumando puros y haciendo sonar sus joyas mientras el grupo negro terminaba el espectáculo. Como si hubiésemos seguido con la música en otra parte. Pero la vida es música y esta es vida, y de verdad, aquello era vida. Copas de cristal, y cava.
Llave 1926.
Ya en el pasillo, saliendo del ascensor, nos dirigíamos sin freno en línea recta desde que paramos en la puerta del Hotel de la Avenue.
Habíamos dejado todo ruido callejero, todo músico y todo ruido ajeno a nosotros salvo el ascensor yéndose. La llave girando al fondo, tras un baile de risas hasta llegar a la habitación más lujosa de todo el barrio. Y en el piso más alto. Y ella pensaría que mi corbata era un juego, la misma clase de juego que le había hecho llevarme hasta allí. Así es como entramos en la habitación. Pude haberla cogido, pude haber abierto yo la puerta, pero solo metí la llave y giré no más de la cuenta.
Y me arrastró hasta dentro, empujando impetuosa la puerta con la espalda dejando en el pomo un "No molestar" pero con las llaves puestas cerré la puerta impaciente.
Una habitación roja de sábanas y cortinas invitaban al entusiasmo romántico, y consumíamos risas de pasión al vernos reflejados en el cielo. Consumamos amor a aquella deplorable ciudad desde las vistas de lo más alto. Y veíamos todas las luces trasnochar en bata que se movían del viento.
-Hace frío a estas alturas. -dijo.
Sí. Pero a mi me gusta. -no dije nada.
-Me voy dentro.
-Vale, muy bien. -un breve beso humedeció para cortar mis labios más tarde mientras acababa uno de sus cigarrillos franceses. No fumaba otra cosa. Y el cenicero fue la ciudad.
Y en ese momento me preguntaba qué sería de los desechos de la humanidad, de los residuos que recogerían los de unas cuantas plantas más abajo. Pisos y pisos de distancia nos separaban, pero ¿qué había de diferente entre unos y otros? ¿Qué tenía yo que no tenían aquellos miserables vagabundos que mendigan a millones y millonarios de abajo? Seguramente con una pequeña propina del bolsillo les bastaría para vivir decentemente, o eso quería pensar. Y en ese mismo momento recordé qué tenía de especial, sonreí y volví dentro.

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