Pescaba
en el río y se comía, incluso crudo, algún que otro pescado. Cual
oso. Esa fue una de sus acampadas en el bosque, junto a un río. No
se le apareció ningún peligro, no tenía porqué aparecersele. Y
con la caña de pescar, paciente, esperaba a que picara alguno, si no
pues tenía cangrejos de rocas no muy lejos para comer con facilidad.
Decía todo esto mientras se tomaba un par de cafés, el café es lo
que le mantenía despierto (lo calentaba mientras podía ya que en el
termo no mantenía mucho el calor) y pasaba en vela toda la noche,
nunca se sabe, hay que ser precavido. Junto a la fogata leía algo,
no recordaba exactamente el qué, pero le gustaba, sino no
lo estaría leyendo. En ese momento pican, picaba un despistado pez.
Se acercó a la orilla, tenía hambre... pero las ganas le superaron,
y la fuerzas por llevarse algo a la boca le superaron. Tensada
demasiado, el cable de una caña vieja y casi oxidada, cedió y se rompió. Se
pasó toda la mañana siguiente arreglándolo, y para cuando pudo
pescar un pez, la fogata se había apagado. Solo quedaban unas
pequeñas brasas que sirvieron para hacer sufrir más al pez, pensó
que tal vez si le cortaba la cabeza sufriría menos. Se quedó con
las dudas, porque se seguía moviendo igual, como si aún pudiese
luchar por respirar. El pez no era muy grande, pero una trucha
bastaba para quitar el apetito incluso aunque estuviese a medio hacer. A
pesar de no ser muy grande, cubría de sobra todas las brasas que aún
se notaban calientes. Y entre eso, y el hambre, poco tardó en
rebanar al pez por la mitad. Por poco no olvida sacarle las tripas
que devolvió al mar y le hincó bocado. Se preguntaba si los amigos
del pez se comerían sus tripas... puede que hubiese sido mejor
dejarlas en tierra. Pero ya era tarde, y decidió limpiar el suelo de
la cabeza de la trucha de una patada devolviéndola, junto con las
tripas, al agua; la otra parte del pez iba a parar a sus tripas.
Notaba como si tuviese el estómago algo hinchado, inflamado, pero no
le dio importancia ya que seguramente sería por la comida. No estaba
mal, tenía sabor. Las espinas salieron fáciles, pero puede que se
tragase alguna sin problemas... como los gatos. Lo que le hacía
plantearse preguntas de vital importancia para matar el aburrimiento.
¿Porqué a los gatos les gusta tanto el pescado pero no el agua?
¿Cómo podían saber que les gustaba algo que no podían cazar en la
naturaleza?
Fuera
nevaba, y cualquier rastro de calor se lo llevaba la ventisca. De vez
en cuando por la meseta pasaban camiones cerca de la estación de
autoservicio, gasolinera y el bar de Charles. Un camión frenaría hasta casi empotrarse contra un árbol. Algún joven ciervo iba desorientado por el mal tiempo, se había separado de su grupo.
-
¿Le pongo algo, señorita?
Estaba
tan absorto en sus pensamientos que ni se fijó en la joven que se
sentó en el otro extremo de la barra. Sin embargo, uno del grupo que
estaba haciendo una timba de póker se la quedó mirando, y no
precisamente a la cara; estaba de espaldas.
-
Sí, por favor -dijo la jovenzuela a la vez que se giraba como si
hubiese sentido un escalofrío que le recorría toda la columna
empezando por abajo. -Un gintonic.
Nuestro
compañero, el jugador de póker que miraba las increíbles posaderas
de la joven dama hizo un rápido gesto de disimulo haciendo como que
cogía una ficha que ya tenía en la mano. Se la mostró a ella
sonriéndole. Ella decidió subirse el pantalón, parece que estaría
pensando en el famoso “efecto hucha”. Uno de los caballeros de la
timba se acercó a la señorita. Ella hizo un amago de dirigirse
hacia el atractivo jugador que llevaba un puro en la boca y un traje
y sombrero blanco. Este se dirigió al camarero y pidió un bourbon
con hielo, dos de ron y un zumo de arándanos. “Enseguida,
caballero”.
-
Si quiere acompañarnos... las damas siempre son bien recibidas.
-
No gracias, muy amable. Solo quería tomarme algo, no necesito
que un grupo de ludópatas se que me queden babeando...
-Si
tiene algún problema con alguno de mis compañeros de partida, no
dude un segundo en decírmelo y haré todo lo posible por evitar
posibles malentendidos.
-Aquí
tiene señorita. Ahora mismo estoy con usted caballero.
-Tráiganoslo
a la mesa, si es tan amable.
-Ahora
enseguida.
Tony
Leblanc volvió a su sitio en la partida, no sin antes pedirle a su
amigo que por favor se cerrara la boca para no babear todo el suelo,
eso disgusta a las damas. La siguiente ronda iba a comenzar. Nadie
tenía ninguna suma de dinero importante, pero Tony había podido
sacar algo de ventaja. Fred seguía jugando con la ficha pasándosela
de una mano a otra mientras Eric Black observaba atento los viejos
trucos de mago que todo el mundo conocía. Aún así no podía
dejarse de sorprender cuando se apostaría a que la ficha estaba en
una mano cuando en realidad estaba en la otra... o en ninguna.
-¿Apuestas
o no? -dijo algo irritado Larry Callahan.
-Voy.
Fred
Brown dio un golpe en la mesa; pasaba. El camarero se acercaba con
una bandeja con las bebidas. Las puso a un lado, pero céntrico,
sobre la mesa, para no impedir el juego de apuestas mientras Tony,
tras rascarse el bigote mosquetero, cogió la baraja y siguió con el
proceso habitual en los juegos de cartas. Eric le acercó su zumo de
arándanos.
El
viejo camarero volvió con su bandeja grisácea vacía y se sentó
detrás de la barra tranquilamente hasta que alguien le volviera a
necesitar. Mientras, la chica, expectante por el caballero que tenía
al otro extremo de la barra, se preguntaba para sus adentros si le
habría pasado algo. Parecía deprimido recordando mientras se
terminaba el café solo con otro sorbo mas sin ni si quiera
percatarse de que ella le miraba. No había quitado la vista del café
ni para verla, excepto cuando se dirigía nuevamente al camarero que
se acababa de sentar recientemente.
-Otro
café, pero sin prisa. -dijo tratando de disculparse por la
importunidad de su insatisfecha necesidad, puede que para mantenerse
despierto o para distraer la mente con las manos y, seguramente, para
tener algo nuevo que mirar que no fuere una taza vacía. Su cabeza acaba recostada sobre el puño con el que no sujetaba la taza, apoyándose sobre su mejilla
derecha, ladeó esta ligeramente hacia ella. No sabe muy bien porqué, pero ha terminado mirando a la chica que le miraba fijamente.
Sabe que la he visto mirándome y aún así se esfuerza por apartar la mirada, así que no me paro mucho para verla, pero he tenido el tiempo suficiente para fijarme bien. Ella era una joven atractiva, de la clase de chica que no puede ocultar sus encantos, pero, a juzgar por su pantalón vaquero apretado diría que es una chica con carácter y personalidad fuerte. Bien marcada, casi tanto como su firme y bien puesto culo que calentaba el taburete del bar de Charles. El dueño, Charles, había tardado poco en incorporarse para servir otro café a su cliente cuando una ventisca cargada de frío y nieve invadía el salón haciendo volar alguna que otra carta de la mesa.
Sabe que la he visto mirándome y aún así se esfuerza por apartar la mirada, así que no me paro mucho para verla, pero he tenido el tiempo suficiente para fijarme bien. Ella era una joven atractiva, de la clase de chica que no puede ocultar sus encantos, pero, a juzgar por su pantalón vaquero apretado diría que es una chica con carácter y personalidad fuerte. Bien marcada, casi tanto como su firme y bien puesto culo que calentaba el taburete del bar de Charles. El dueño, Charles, había tardado poco en incorporarse para servir otro café a su cliente cuando una ventisca cargada de frío y nieve invadía el salón haciendo volar alguna que otra carta de la mesa.
-Su
café, ¿va a querer algo más?
-No,
de momento no, gracias. -con el repentino frío le apeteció más un
nuevo sorbo de café caliente y cargado para combatir el
entumecimiento por el frío y el sueño de la tarde entrando en la
noche.
*******
¡Ala!
-musitó entre dientes Larry porque se le había volado una carta
-¡Pero no la mires!
-No
he podido evitarlo -contestó Fred. Se agachó para recogerla, estaba
boca abajo y seguramente querría voltearla para verla bien porque no
habría podido saber bien cuál era.
-Como
lo intentes te rompo los dedos. -amenazaba Larry incorporado bajo la
mesa junto a Fred.
Larry
tenía la mala fama de ser un tipo que se irrita con facilidad al
igual que Fred tenía la mala costumbre de hacer trampas en la medida
de lo posible mientras no se diese cuenta ninguno... Al fin y al
cabo, no era el menos deshonesto que había en esa mesa. De Tony
Leblanc se sabía que amañaba apuestas en las carreras y combates de
boxeo. De todas formas Eric Black era su apuesta segura normalmente a
la hora de un combate, así que últimamente no estaba siendo tan
ilegal. Por el contrario, Eric, estaba esperando una oportunidad para
ganar dinero extra desde aquella vez que se dejó golpear hasta caer
sin poder levantarse en una cuenta de diez. Andaba algo mal de pasta,
por eso estaba intentando apostar para sacar dinero aunque no fuese
el mejor método ni contra los mejores adversarios contra los que
poder ganar; no era un combate de boxeo. Pero si las cosas se ponían
feas, tenía las de ganar, no le costaría quedarse solo en un
momento en el bar. Desde su posición, Eric, podía ver todo el bar,
desde la pareja distante de la barra hasta el baño que se situaba
cerca de la puerta de entrada que antes había barrido el viento a su
paso hasta la mesa. Se le antojó otro poco de coñac, pero de
momento tenía ron, así que le dio un buen trago hasta
finiquitarlo. Leblanc cogía el encendedor y el puro que había
dejado en el cenicero que tenía a su lado.
Mordió
el habano.
-Dime,
Eric -dijo mientras chupaba el puro con el fuego frente a sus
narices- ¿Tienes pensado algún combate difícil para poder apostar
a tres asaltos?
-Aún
no hay rival que dure tanto -respondió riendo.
-Subo
20.
-¿20?
Cagüen... no voy. - Larry, además de ser irritante, era bastante
tacaño y no se permitía perder nunca a menos que estuviese muy
convencido de lo que tenía. Y menos ante una apuesta que había
hecho el mago que, aunque no era muy alta, bastaba para hacerle
perder los estribos y el poco dinero que había tenido que apostar.
Eric,
con su farol de un cuatro y un tres parecía que iba a ganar esta
ronda, por ahora.
-Los
veo y subo 10. -LeBlanc podía ser un tipo perfectamente honesto o
tramposo, pero no se dejaba intimidar por un casi seguro que farol,
claro que tampoco era un tipo tonto, así que, por casualidades, se
dignó a subir la apuesta con una pareja de reyes en la mano.
-No
voy.
-Lo
veo.
Sacaron
las convenientes cartas y siguió la apuesta. Un tres, un diez y un
cinco daban ventaja al mago quien dijo “paso”. Tony no añadió nada más.
Eric maldecía como diciendo “habría ganado” aunque no fuese
así. Se limitó a seguir sacando cartas al centro, si repetía una
cualquiera ganaba seguro, pero la siguiente volteada no favorecía en
absoluto a Leblanc. En la mesa había tres cartas de color con un
nuevo cinco, el mago aspiraba a tener color con un tres, un cuatro,
un cinco y un diez de rombos. Un diez, la última carta. Ganó Tony
sin mucha preocupación. Eric se resignó a comentar nada al respecto
y veía como su apuesta en falso se retiraba poco a poco por las
manos del mosquetero blanco. Lanzó las cartas boca-abajo sobre la
mesa.
-Esperar
un poco que voy al baño -dijo Larry con la intención de
levantarse- Esperadme, eh, insistió. No me quería tener que llevarme
las cartas para que no las viera el tramposo este.
-Te
habías retirado, podías irte cuando quieras.
-¡Tú
calla! Que has perdido. -vociferaba girado entrando en el baño.
*******
*******
El
negro se acercó a la barra a pedirse su coñac mientras dejaba la
copa de bourbon. Estaba entre medias de una nueva batalla de miradas
indiscretas que tenían como excusa un nuevo invitado de color. A
ella le llamó más la atención sus fibrosos músculos y sus tensas
y gruesas venas del cuello ancho que tenía para sujetar esa gran
cabeza que recibía los golpes. Charles el viejo se levantó de nuevo
a servirle su nueva copa, momento que aprovechó el de los cafés
solos para pasar a tomarse una nueva bebida.
-Una
cerveza.
Acabó
de servirle el coñac y se dispuso a servir la birra no sin antes
dejar pasar un poco de espuma. Dos dedos salió, pero era una buena
caña. No como la vieja que usaba parar pescar... desde hacía un
tiempo que le dolía la cabeza, e incluso notaba que veía peor, pero
tampoco lo podría asegurar. No era alguien que se fijase en detalles
que estuviesen a más de de un brazo de distancia, pero podía, aún
así, ver que la barra tenía algunos dulces de sus favoritos y poco
más. Sus ojos estaban cansados, bebió un trago y conforme pasaba
el tiempo sentía que era mejor dejar de fijar su mirada en otra cosa
que no fuese lo suyo. Hacía más de dos semanas que tenía esa
sensación de ahogo en el pecho como si quisiese su corazón brincar
desde dentro pero no tuviese espacio y se tenía que conformar con
quedarse donde estaba. Otro buen trago le hizo tener ganas de ir al
baño, así que se levantó con cuidado y se dirigió algo
tambaleante al servicio. La puerta seguía abierta. Llevaba ya bastante tiempo sentado y se
acababa de tomar un buen trago de cerveza, la pérdida de equilibrio
momentáneo no sería nada más que algo sugestivo. Tampoco había
tomado tanto... aunque sí lo suficiente como para pararse
tranquilamente a vaciar el depósito. Lo que le recordaba cómo y
cuándo había llegado hasta allí. Tras cruzarse con Larry y el mal
olor que desprendía recientemente el lavabo, se tomó el tiempo
suficiente para relajar el esfínter. Era uno de esos buenos momentos
de relax. Incluso le estaba entrando hasta sueño. Parecía que se
había acostumbrado al mal olor enseguida así que disfrutó mucho
mejor su paso por el lavabo. Cuando terminó se dirigió al único
espejo del baño. Sus pupilas parecían bailar, pero se lo atribuyó
a su dejadez y a la cerveza y no le presto mucho la atención.
Con
paso lento llegó a su taburete para sentarse fatigado. Los
cacahuetes que había en la mesa le parecían menos apetecibles que
cuando había llegado. Pegó un nuevo trago a la cerveza.
-
Hola, disculpe, pero ¿me puede pasar el servilletero?
Las
manos le sudaban, pero ella seguramente creería erróneamente que
se debía a que se había lavado las manos. Él, en apariencia
tranquilo, le pasó deslizando el servilletero a la despampanante
hembra que le dirigía la palabra en ese momento. No estaba nervioso,
simplemente no tenía ningún interés en nada. No era la chica desde
luego, era él. La muchacha puede que pensase “qué apático”,
pero humildemente tampoco creía que fuese a ser de su interés,
además cómo podría imaginar que pudiese estar interesada ella en
un tipo tan soso como él. Apenas decía una palabra. Puede que fuese
tímido y estuviese nervioso, de hecho puede que eso sea sudor de
nervios. En fin, una chica tan guapa como yo que se digne a hablarle
y a sonreírle a un desconocido... no sé. Por un momento me pareció
que se había ruborizado.
A ella le faltaba la modestia que le sobraba a él quien
se limitaba a repasar sus pensamientos.
Menos mal que he parado,
porque o el café me ha bajado de golpe, o verdaderamente me estoy
cayendo de sueño. Debería ponerme en marcha... en cuanto me acabe
la cerveza. Y puede que un dulce de chocolate me despeje. Pidió tras
el dulce la cuenta al camarero, el cual ligeramente entusiasmado, pero
sin mostrarlo un ápice y con sus buenos y modestos modales, le
sirvió la cuenta. Por fin Charles hacía algo de caja, era el
primero de sus clientes en pagar. Ya se preguntaba si le daría algo
de propina a pesar de que le hubiese respondido igual de bien a sus
buenos tratos, siempre es de agradecer algo. Pero por el momento se
limitaba a leer los ingredientes que tenía la chocolatina que no era
sorpresa que tuviese un alto contenido en glucosa. Le costó menos
abrirla que ya en la boca tragarla y saborearla. Estaba a punto de
pagar, pero no sabía muy bien a dónde quería ir. Puede que no
fuese nada importante y por eso se le había olvidado, o puede que
fuese una laguna provocada por el recuerdo de cuando era un bebedor
compulsivo. Esa cerveza le había traído recuerdos de un pasado que
no podía situar bien en el tiempo, aunque quién puede hacer eso hoy
en día si no es con un calendario. Estaba algo confuso respecto a la
cuenta, no recuerdo haberme tomado dos cafés, pero ahí estaban las
tazas, lo que significaba que se equivocaba. En todo el bar se oyó un estruendo. Estaba ligeramente distraído, pero no puede ser, hay algo que no me cuadra... creyó que quien abrió la puerta fue la ventisca esta vez. El
cliente veía unas manchas rojas de pisadas de la entrada hacia el
baño. Alguien había entrado dejando semejantes huellas en el suelo.
Se acercó tras dejar más de la cuenta al camarero. Abrió la puerta
del baño y vio a un hombre con las manos ensangrentadas mirándose
al espejo entre alterado y sereno, calmándose mientras se lavaba las
manos dejando un reguero de sangre por la pila que se llevaba la
corriente de agua por el desagüe. Nadie se había percatado de la
presencia de la otra persona, pero sí pudieron oír cómo se
desplomaba el cuerpo sin vida del modesto cliente que tenían antes al lado. En
cuanto el primer curioso se acercó pudo ver el cuerpo sin vida de su
compañero de barra. La chica se asustó tanto que el grito que pegó
alertó a todo el bar y a quienes pudieron ver las huellas de sangre ir y
venir del baño.
El joven ciervo se había desviado de su trayecto para
perder la vida y hacer que un camionero lo arroyara haciéndole tener
que parar hasta casi chocar con un árbol frente al bar, también le
hizo tener que parar para limpiar como pudiere la
sangre, antes de que se congelase sobre el cristal, y para que la carne que le
había regalado el animal dejase de adornar la parte delantera del camión.
[El
autor se reserva el derecho de poder cambiar en cualquier momento su
historia de los hechos]
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